CONAMA no es solo un foro en el que los expertos hacen rigurosas presentaciones o profundos análisis, donde se producen debates más o menos apasionados o enconados, donde se dan a conocer innovadoras experiencias y se exponen proyectos. CONAMA es eso, sí, pero también CONAMA es la cita por excelencia, el encuentro bienal de todos los que trabajamos, nos movemos, nos interesamos por este ámbito del medio ambiente.
En CONAMA nos reencontramos, al menos cada dos años, los actores de este universo que, afortunadamente, crece año a año. Es un colectivo que dejó de ser hace décadas una secta de iniciados o un club cerrado de expertos porque hoy reúne a miles de profesionales, investigadores, funcionarios y activistas, entre otros, que en los más diversos ámbitos estamos «en esto».
Por eso es normal que en los pasillos del frío Palacio Municipal de Congresos que diseñó Ricardo Bofill sean muy frecuentes los emocionados saludos, los calurosos abrazos que genera espontáneamente el reencuentro. Un reencuentro que en esta ocasión tiene un carácter especial tras la pandemia que nos mantuvo separados tanto tiempo. Para muchos han sido cuatro años de distanciamiento porque el CONAMA 2020, celebrado en 2021, se desarrolló con unas estrictas —y necesarias entonces— medidas de seguridad que limitaron y enfriaron esos reencuentros.
Por todo ello, algunos mantienen que «en CONAMA lo que no está en las salas está en los pasillos». Otros llegan incluso a afirmar, medio en serio medio en broma, que «lo más importante de CONAMA está en los pasillos». Si no es lo más importante, sí que es al menos lo más entrañable.