Entre los miles de asistentes a CONAMA, llama la atención la presencia en el Palacio de Congresos Municipal de Madrid de cientos de jóvenes estudiantes, tanto de último curso de bachillerato como universitarios, que nos recuerdan que de lo que se habla en las más de cien actividades del congreso es fundamentalmente del mundo en que van a vivir ellos. Se hacen oír al entrar en grupo a sesiones ya iniciadas, pero también, y eso es lo mejor, en el turno de preguntas con un atrevimiento y espontaneidad que refrescan el debate.
Vienen de distintos puntos de España, son estudiantes de ambientales o de alguna ingeniería, van todo el día con su mochila a cuestas, descansan sentados en los pasillos dando cuenta de sus cantimploras (botellas de plástico no se ven), siempre haciendo gala de la jovialidad propia de su edad y les gusta pasar de una sesión a otra para satisfacer su curiosidad. Arrancan con aplausos como respuesta a las intervenciones más apasionadas y reprueban con murmullos las afirmaciones que no les suenan bien.
Es bueno que los ochocientos ponentes que van a tomar la palabra en estos cuatro días se enfrenten a los rostros de los que más se verán afectados por las decisiones que hoy tomen administraciones y empresas, por los análisis y estudios de la comunidad científica, por la acción de las organizaciones sociales que se movilizan para dejarles un mundo mejor.
Porque en CONAMA se habla del presente, sí, de lo que estamos viendo y viviendo, pero sobre todo se habla de futuro, del mundo que viene y no queremos, y especialmente del mundo que queremos para ellos. Y ellos, los estudiantes, son testigos y actores de CONAMA.