María Sintes Zamanillo: «Las políticas de adaptación deben prevenir los riesgos climáticos pero también las desigualdades sociales»

Los fenómenos meteorológicos extremos del pasado verano han puesto de manifiesto más que nunca la realidad del cambio climático y su dureza, particularmente en las grandes ciudades. Uno de los retos es la adaptación efectiva a estas adversidades en el entorno urbano y para debatir y compartir propuestas CONAMA 2022 tiene en su programa una sesión técnica denominada Adaptación al cambio climático en la planificación de los municipios, que cuenta con María Sintes Zamanillo, Jefa de Servicio de la Oficina Española de Cambio Climático, con quien hemos hablado de todas estas cuestiones.

Pregunta. ¿Cuál es el reto más urgente a nivel municipal en materia de adaptación al cambio climático?

Respuesta. Los retos varían en función de las condiciones y características de cada municipio pero, hablando en general, abordar las altas temperaturas, agravadas por el efecto isla de calor urbana, es quizá el reto prioritario para una mayoría de ciudades españolas.

En 2019, AEMET nos proporcionó una serie de análisis que revelaban una clara tendencia al aumento de temperatura desde 1971, tanto en valores promedio como en máximas y mínimas, con una concentración de extremos históricos de temperaturas máximas en el último decenio. También mostraban cómo el periodo estival se ha ampliado y abarca actualmente casi 5 semanas más que a comienzos de los años 80.

En estas condiciones, garantizar un confort térmico básico a la ciudadanía se convierte en un desafío urgente, si tenemos en cuenta las consecuencias del calor, directas e indirectas, sobre la salud de las personas. De hecho, aunque los efectos de los extremos térmicos en la salud eran ya conocidos, no fue hasta 2003 –con la dramática ola de calor que sufrió Europa y que acabó con la vida de decenas de miles de personas– cuando se empieza a incorporar la variable temperatura a las políticas y protocolos de salud pública y al debate social.

Pero queda mucho por hacer en el campo de la prevención y de la adaptación de los entornos de vida urbanos.

P. Tras un verano como el pasado, en el que se sucedieron las olas de calor extremo, se ha hecho mucho hincapié en lo hostiles que se convierten en estos casos grandes ciudades como Madrid. Si la vida en las ciudades cada vez es más insoportable, ¿es posible que vivamos un éxodo urbano?

R. Efectivamente, el verano pasado –por cierto, prolongado en un otoño extraordinariamente cálido– ha sido un auténtico golpe de realidad, nos ha dejado claro cuán duras pueden llegar a ser las condiciones que afrontemos en los años venideros, a medida que ese abstracto aumento de la temperatura media global, debida al cambio climático, se traduzca en eventos meteorológicos extremos aterrizados en nuestros entornos de vida concretos.

Y sí, las características específicas de las zonas urbanas: la densidad edificatoria, la concentración de materiales que absorben calor de día y lo desprenden de noche, la generación de calor y de gases debida al tráfico, la falta de espacios abiertos, zonas verdes o láminas de agua… provocan además una intensificación de las temperaturas sobre todo nocturnas –el llamado efecto isla de calor urbana–, que hace aún más difícil soportar unas condiciones de por sí extremas.

Que esto se traduzca en un éxodo urbano… Bueno, en cierto modo, quienes tienen la oportunidad en efecto hacen un éxodo temporal y salen durante unos días hacia los pueblos de origen, las costas o la montaña. Pero de ahí a una “huida” definitiva hay un gran trecho. El porcentaje de población que, hoy por hoy, se plantea cambiar de vida dejando la ciudad e instalándose en los pueblos es aún minoritario, si bien es cierto que se viene registrando un cambio de tendencia traducido en más de 222.000 empadronamientos, entre 2018 y 2021,  en municipios de menos de 5.000 habitantes, de los cuales cerca de la mitad corresponden a personas provenientes de núcleos urbanos y la otra a inmigrantes desde el extranjero.

De manera que, al margen de que sería muy positivo que esta tendencia se consolidara y creciera, va a seguir siendo imprescindible plantear soluciones para la población urbana, que es mayoría, emprendiendo transformaciones en las ciudades, sobre todo las más grandes, en el sentido de hacerlas más habitables y acogedoras, más seguras y saludables, más resilientes y adaptadas a los cambios que ya empezamos a experimentar.

P. En Barcelona se han habilitado los llamados refugios climáticos para proporcionar confort térmico a la población, sobre todo a las personas más vulnerables, en los meses de verano. ¿Es esta una solución interesante a medio plazo o es tan solo un parche?

R. Desde mi punto de vista es una de las soluciones necesarias, de entre un conjunto amplio de transformaciones que hay que abordar, y tiene un interesante carácter sensibilizador e informativo.

El hecho de que se publicite la existencia de una red de casi 200 espacios –desde zonas verdes o equipamientos deportivos a centros cívicos y culturales–, situados a menos de 10 minutos a pie del 95% de la población y preparados para acoger a personas con mayor vulnerabilidad, garantizando su confort térmico, me parece una iniciativa positiva, que genera conciencia sobre el problema del calor urbano, no solo entre las personas potencialmente usuarias sino también entre el personal que atiende dichos espacios y la ciudadanía en general.

Un tema diferente es si esto es suficiente, y obviamente no lo es. Lo ideal es que toda la población disfrute de una vivienda que ofrezca unas condiciones de habitabilidad adecuadas y de calles y barrios preparados para minimizar los impactos climáticos. Esto implica transformaciones urbanas de alto calado y ambición, que un número creciente de ciudades, entre ellas Barcelona, están también empezando a abordar: proyectos de infraestructura verde, naturalización de patios y calles, programas de rehabilitación energética de edificios, cambios en la movilidad que recuperan espacio público y hacen más fácil y agradable moverse activamente, intervenciones en tramos fluviales y espacios verdes urbanos…

Los refugios, como el propio término evoca, probablemente seguirán siendo necesarios para un cierto porcentaje de población y en situaciones excepcionales pero son solo una pequeña parte de la solución.

P. España es un territorio muy variado en cuanto a clima, paisaje y biodiversidad. ¿Eso influye en el desarrollo de las medidas de adaptación al cambio climático? Es decir, ¿es necesario hacerlo teniendo en cuenta las características y necesidades de cada una de las regiones? ¿De qué manera?

R. Sí, por supuesto, las soluciones adaptativas tienen un fuerte componente territorial y local, determinado por el clima, la orografía, la disponibilidad de agua (precipitación, cauces, lagos, mares…), el medio natural… La propia diversidad de ecosistemas, de paisajes agrarios, de fisonomías en los núcleos urbanos históricos, de arquitecturas populares nos está hablando de un milenario ajuste adaptativo a las condiciones particulares de los diferentes espacios de vida.

La urbanización masiva del pasado medio siglo ha creado entornos al margen de los condicionantes ambientales y ha dado lugar a una gran homogeneización, pero esto se ha hecho, precisamente, a base de consumos ingentes de energía, materiales y de un crecimiento colosal de la movilidad, causa de la crisis climática actual.

Estamos en otro momento histórico, que exige revisarlo todo, empezando por nuestra relación con el entorno. El proceso de adaptación incluye entender los condicionantes y limitaciones de nuestros territorios y nuestras ciudades, identificar las amenazas a las que están expuestos y sacar el máximo partido a las oportunidades y fortalezas que, de hecho, tienen estos espacios. Por ello, es imprescindible una planificación adaptativa de carácter regional y local.

P. ¿Cómo se puede garantizar una adaptación al cambio climático justa y equitativa (medio rural-ciudades, barrios más desarrollados-barrios más desfavorecidos, grandes ciudades-ciudades pequeñas, etc.)?

R. Esta es una cuestión central. Las transformaciones que es necesario abordar ofrecen la posibilidad de crear espacios urbanos más inclusivos y condiciones de vida más favorables precisamente para aquellas personas y grupos que lo tienen más difícil. Pero también existe el riesgo, muy real, de perder esta oportunidad de equilibrar desigualdades, generando situaciones aún más graves e injustas. Es un reto de primera magnitud y será un indicador veraz de la calidad de las políticas públicas que se desarrollen.

Creo que muchas de las medidas necesarias, como la rehabilitación de edificios y barrios, la mayor accesibilidad a espacios verdes o el cambio de la movilidad hacia los medios activos, tienen un potencial regenerador del espacio urbano enorme, que mejoraría mucho la vida de aquellos colectivos que no pueden procurarse soluciones privadas.

Sin embargo, también hay muchos ejemplos de cómo este tipo de mejoras acaba convirtiéndose en factor de gentrificación, causando la expulsión de los habitantes tradicionales en favor de grupos inversores, visitantes y turistas o grupos económicamente privilegiados. Un problema especialmente grave en el caso de grandes ciudades, que empieza a afectar a las de tamaño medio.

Las políticas de adaptación deben prevenir los riesgos climáticos pero deben ir acompañadas de otro tipo de políticas de intervención que prevengan este tipo de riesgos sociales.

En cuanto al problema del desequilibrio campo-ciudad también se abren oportunidades relacionadas, por ejemplo, con nuevos yacimiento de empleo ligados a la transición energética y ecológica, con la digitalización o, como decíamos antes, con una revalorización del medio rural y de la calidad de vida que ofrece. Pero para que los cambios potenciales salten de escala, también en este caso se requieren políticas complementarias, que aborden aspectos como el acceso a la educación y la sanidad, a la vivienda y la tierra o a servicios culturales.

En resumen, no se puede garantizar una adaptación justa y equitativa sin un análisis y una intervención global sobre los diferentes factores que condicionan las dinámicas sociales. Y hacerlo es una responsabilidad prioritaria de las administraciones públicas.

P. ¿Cuál es la importancia de eventos como CONAMA para el impulso de las políticas ambientales?

R. CONAMA es un gran foro de encuentro y aprendizaje. Ofrece una oportunidad privilegiada de reflexión, debate, descubrimiento, intercambio e interrelación para agentes clave en el impulso y desarrollo de las políticas ambientales. En ese sentido, es imprescindible para estimular avances y para promover un feliz contagio de ideas y buenas prácticas.